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sábado, 22 de marzo de 2014

REFLEXIONES SOBRE LA MARATÓN DE BARCELONA. Domingo 16 de Marzo de 2014.



Volver a la rutina del entrenamiento atlético, después de año y medio; cuesta y mucho.
Si no lo haces desde Agosto de 2012, un poco mas.
No es lo mismo ir picoteando actividad física de tu agrado durante la semana y algún exceso leve el fin de semana, que meterse de lleno en la disciplina de series, rodajes, cambios y acondicionamiento físico. Entre otras cosas porque la rodilla derecha no me permite grandes alegrías. 
Si un día le doy un poco de barandel; por la noche, o al día siguiente toda ilusión de seguir se desvanece en forma de dolor e incapacidad funcional. Ese dolor insidioso, sordo que te lleva a evitar la carrera o la bipedestación mantenida e incluso la flexión. Por qué no decirlo, menuda putada para un machaca de primer nivel que para colmo es Capricornio.
Es verdad que mi vida está estructurada para entrenar. Si  no lo hago parece que el rendimiento intelectual y social baja de forma exponencial; la mala leche y mi productividad como padre y marido ejemplar desciende a grandes rasgos.
Pero mi rodilla derecha -al igual que les sucede a muchos de mis pacientes añosos de la consulta traumatológica HP- parece que me está llevando hacia un grado de depresión existencial que no es para nada recomendable en un varón de cuarenta y cinco años. Sin horizontes de futuro más allá de la rutina y la mediocridad.
El tema de vivir sin correr no acabo de asumirlo. La vida deportiva a pedales tampoco quiere instalarse de momento aún, a pesar de la compra de una bici de segunda mano de carbono.
Los paseos intensivos, aunque los entrené en verano; los veo para un largo plazo jubiloso de ocaso existencial. 
Y de repente ocurrió. Comprendí un buen día que mi entesitis rotuliana no es una lesión lo suficientemente grave para retirarme.
Sabía por la teoría que la electrólisis intratisular percutánea está muy indicada en este tipo de patología y así decidí ponerme en manos de Ramón Peris. Después de varias sesiones me animó a entrar en dinámica de comenzar en la rutina del entrenamiento.
Ya no habían excusas. Decidimos hacer sólo series largas como máxima exigencia.
Y vaya si me costó. Con dolor, con momentos de tener que parar, andar en medio de la noche y cruzarme con caras del pasado. Mucha comida de tarro pero siempre hacia delante. Lo que no te mata dicen que te hace más fuerte.
Me acuerdo los primeros cambios que intenté por el carril bici hacia Almazora,  más allá de los 4.30" por km y vaya si costaba. No entraba en tiempo ni forzando la máquina.
Mis primeras series largas de cuatro mil. Vaya esfuerzo titánico para no hundirme en la miseria mental del esfuerzo estéril.
Pero soy duro de pelar y una noche sentí de repente que el poder me estaba volviendo. Tenía ganas de mandarle un mensaje a mi físio para decirle que sí, que el dolor de las sesiones con las agujas electrificadas tenía sentido.
Una noche, comprendí que estaba volviendo. El coche, ya veterano por el uso, estaba recuperando ritmo.
Lo peor es esa sensación de fórmula uno rodando por los circuitos con  velocidad punta de cien. Sabiendo que el mismo vehículo lo has puesto a trescientos un par de años atrás. El mismo coche con dos marchas menos es bastante tedioso.
Y al fin y a la postre; como decía mi viejo jefe el Dr. Martí, todo está en mi cabeza.
Días de molestia, noches de despertarme de madrugada con dolor y cada vez los rodajes más ligeros  y las series a mejores tiempos. Hasta que una tarde comencé a bajar de cuatro en las largas y hacer cambios en los rodajes largos, para aproximarme a 3.40". Ya en los miles gusté del acelerador y me atreví con el pedal a fondo para bajar de 3 minutos en los últimos 50 metros.
Aquel final de 15 km a 4.20" para rematar una recta de avenida espléndida,  me hizo comprender que los deberes estaban haciéndose bastante bien.
Y llegué a la última semana. Once semanas después.
Hay que seguir atendiendo a enfermos en la consulta y en el quirófano con lo que supone de dolor de cabeza, preocupación y desgaste físico y mental. Hay que seguir ayudando en casa, atender a los niños y la familia. Esta maratón puede que agote más que la verdadera.
Nunca llegué a los 100 km, máximo 95 km en 5 sesiones.
Casi como Sebastian Coe; uno de los mejores mediofondistas de la historia del atletismo mundial, que presumía de no exceder de 80 km semanales en sus entrenamientos de carga.
Conviene no lesionarse o todo el trabajo del presente 2014 puede venirse al traste.
Vuelven los dolores en la unión rotula-tendón  de mi rodilla derecha. Hago unas últimas series de  mil, en cantidad de seis, cinco días antes. Son mis primeros y últimos miles antes de la prueba.
Rozo el riesgo pero lo supero.
Días de descanso incluidos. Llegamos por fin al viernes 14 de marzo.
El viaje en el tren con toda la familia y las maletas.
Nos plantamos en Barcelona. Esta vez no como Martinez Soria, ni de Rodriguez ante el peligro de la gran ciudad.
En el barrio del Born. Precioso el ambiente y la sensación de costumbrismo bohemio que desprenden las calles estrechas y viejas tanto como la Barcelona medieval.
Junto a la catedral del Mar de la novela de Ildefonso Falcones;  en el mismo Paseig del Born la tienda de ultramarinos "Tot al Born"  nos sirve para abastecernos de todo tipo de alimento para subsistir durante nuestra estancia en la ciudad Condal.
La mañana del sábado amanece soleada y fresca, con esa temperatura propia del final del invierno y principio de la primavera.
Las ocho y media es una hora más que buena para probar in situ las sensaciones de correr sobre el asfalto de la capital que será coronada al día siguiente con la disputa de la prueba de Filípides. Va a traer a fondistas del resto del país, del continente, e incluso de fuera del mismo. Humanos maratonianos de la esfera terráquea. Para constituirse- según las recientes estadísticas especializadas- en una de las cinco maratones más prestigiosas del mundo.
Las piernas van solas y sin quererlo se ponen a rular a ritmo de la prueba, por debajo de los 4.15" por kilómetro. Aunque la rodilla derecha molesta como si de una cascarrabias se tratara, pude disfrutar de agradables vistas del Port Vell y de la playa de Barcelona, cruzándome  con gran cantidad de corredores que también calientan motores y sueltan tensiones para el día siguiente.
Me faltó un lugar guapo para estirar, que hubiera sido junto a un parque, el mar o la terraza de los apartamentos, pero quizás las prisas y el deber de padre de familia y jefe de expedición, me privó de uno de los placeres, más gratos del corredor que ya ha cumplido con el trabajo duro y se dedica a saborear las endorfinas generadas, tensando los músculos en posturas agradables bajo el astro sol que acaricia las carnes prietas y esbeltas del guerrero antes de la batalla.
El zoo, la feria del corredor, el metro, el Camp Nou por fuera y el pateo por las ramblas con Damián consumen nuestro tiempo. Terminó el día antes con un té roibos en la terraza iluminada de arriba de los apartamentos frente a la luz lejana de las Torres de la Catedral del Mar.

Llego el día D por fin. La cuenta atrás ha concluido.
Desayuno de obligación para llenar el buche de carbohidratos forzados. La primera defecación, vestido ya con el chandal del club al metro donde los humanos solemos ir en manada para llegar a los mismos lugares a la misma hora. 
Carnes ya añejas curtidas por horas de entrenamiento y ropajes coloridos para ceñir las figuras de muy distintos pelajes y niveles.
Poco glamour, escasa vanidad, ausencia de ego, nula celebridad. Mucho currante aderezado por marcas de Running de más de cien euros en los pies.
Pintas de pieles más secas que tersas y bronceadas más que pálidas. Poco guapo, poca colonia. Poca fama, mucha viajero de otros lares urbanos de calado mundial. Prendas algo ridículas para los demasiados años de sus poseedores. En busca del elixir de la eterna permanencia en los ruedos populares de la competencia atlética.
Un par de princesas de la noche que flirtean con el lado oscuro del inframundo, casi tambaleando se al bajar las escaleras del suburbano. Todavía presas de los efectos de brebajes enolicos  consumidos en  distintos antros  de perdición a precios desproporcionados. 
Señores y señoras normales atrapados por la marea de maratonianos que se dirigen a la Plaza España para enjaularse en una salida tan masificada como jerarquizada por el poder de sus piernas contra el cronómetro.
Buscar la Guardarropía para dejar la mochila ya desprendido del chandal para templar los cuádriceps bajo el frescor de la mañana. 
Son casi las ocho menos diez.
Segundo apretón de la mañana. Hay que soltar lastre como sea. Las colas frente a los Wc químicos prefabricados son de más de cien personas y otros tantos cientos de metros.
El hombre primitivo busca la montaña de Montjuit para abonar sus tierras con la materia de sus entrañas.
Escaleras y más escaleras junto al palacio de la vieja exposición mundial del siglo diecinueve.
Contra corriente. Buscando los matorrales adecuados para la privacidad y la huida de las visiones indiscretas.
Y la solté, en poco menos de diez segundos. Ya estaba el trabajo sucio. 
Ahora sólo me tengo que preocupar de calentar y ubicarme en la salida para mentalizarme de que aquello  ya no tiene más escapatoria que correr como un cobarde durante más de cuarenta y dos kilómetros si no quiero morir como un valiente. Dicen que los cementerios están llenos.
Demasiado tarde para huir. Demasiado temprano para escapar de mis miedos.
Aunque dicen los que el verdadero mérito del maratoniano es llegar hasta salida, lo demás ya se hace por inercia.
Salimos andando. El mogollón no te da otra opción. Al cruzar el arco azul  de Zurich y pisar la alfombra se activa el chip y aprieto el cronometro del GPS Garmin de mi muñeca derecha.
Ligero descenso y giro a la izquierda por la calle de La Creu Coberta, bordeando la fuente del centro de la rotonda de la Plaza España.
No voy rápido. Tampoco me dejan. La multitud es inmensa. No se si hay más gente dentro de la valla corriendo o por fuera mirando.
Primer km; cuatro minutos y veinte segundos. Lento. Comienzo a acelerar. Poco a poco me acerco a los cuatro minutos por kilometro.
Los prácticos de las tres horas se han escapado. Llevan grabado en una bandera amarrada a la espalda el tercer dígito y dos ceros.
Ya los cogeré. Es mi objetivo. Las tres horas. 
Ascenso tendido y sigo por el margen izquierdo para poder adelantar. Mi ritmo es cercano  a los cuatro minutos. Cinco kilómetros de carrera. Las libélulas aladas siguen delante.
Camp Nou y otra vez para arriba por Joan XXIII hasta la Diagonal.
Avda de Sarria y descenso para buscar la Estación de Sanz. El ritmo es de tres treinta por momentos. Brutal.
No hay rastros de Marta entre la multitud de la calle Tarragona. Cuarenta y un minutos de carrera.
No es hasta La Gran Via de Les Corts Catalanes cuando doy caza a mi obsesión. Pero son varios los que marcan las tres horas. Los tengo que pasar a todos. Esquizofrenia total. Algunos corren  cincuenta metros por delante. Vaya misterio. Quien es el de verdad. Quien de ellos cruzará la meta en tres horas justas.
Después del kilómetro quince los he pasado a todos. 
Paseig de Gracia tambien pica arriba, dirección hacia el monte del Tibidabo.
Voy cascado pero bien. Rodillas perfectas. Sol y calor. Gorra naranja con la visera hacia atrás por la ligera brisa contraria en las previas avenidas favorables. El cordón negro tocándome las narices. Ya entiendo porque se buscaba gorra nueva para el club.
Templo de la Sagrada Familia, tuerzo el cuello hacia la izquierda para mirar las torres de Gaudí. Es un homenaje escaso pero sentido al genio. El sol ya esta muy alto
Primer punto complicado. La Avenida Meridiana. Ida y vuelta. Los sub 2.45 se nos cruzan de frente. Van estirados. Nada que ver con el pelotón que peleamos por las tres horas. Es un batallón  sin fin.
Ya he pillado al tipo que creo me va a guiar. Camiseta verde de tirantes . Musculatura de trabajo y fibra buena. Paso firme y buen control de la pisada.
Rambla de Prim. Ya han caído 25 km. El hombre del mazo aun no me ha golpeado.
El ritmo es uniforme- desde los 4.08 hasta los 4.14 por km.
Sigo bebiendo en cada avituallamiento. Hasta powerade. Ese brebaje azul de la organización que parece más para motores que para estómagos. Hay muchas perdidas por el calor. 
Yo voy a gusto, pero las alianzas son inestables y muy cambiantes los compañeros de viaje. Delante hay un payaso chillón que va sobrado y no para de gritar y decir animaladas. Hasta nos enseña el culo. Creo que está sentenciado. La maratón te mata en silencio, no te digo como te pongas a gritar. Muerte súbita.
Segundo punto complicado en el mapa; Diagonal hasta Glorias ida y vuelta, desde el 26 hasta el km 31.
Discurso y folclore independentista incluido en el billete del viaje. Bailarinas que deben estar buenas, no tengo tiempo ni de recrearme.
Corredores variopintos. Hasta un sexagenario que corre más
con la mente y los brazos que puede con las piernas. El ritmo lo está consumiendo a fuego lento. Va a entrar en el territorio de Hades y no le queda mucho.
Los zombies están preparando su aparición. La transformación se producirá  camino del mar. El sol castiga hacia el mediterráneo  hacia la Avenida Litoral. Mi próximo objetivo mental son las torres gemelas que ya diviso en el horizonte al sudeste.
Giro a la diestra y enfilamos la calle Marina. Es el 35. Aquí empieza mi verdadera carrera o puede que termine si se ensaña conmigo el hombre del mazo. 
Pero no, voy bien. Los cadáveres ya están en la cuneta. Problemas musculares, calambres y demás afecciones de los mortales. Pero yo hoy soy sobre o inhumano. No hay dolor. 
Solamente la cadera derecha se manifiesta herida en su cara anterior por una molestia inguinal que me deja correr pero con dolor, ya desde el km 20. Las escaleras de Montjuit creo que son culpables.
Paseig de Pujades hacia el 36. Allí esta la familia. Me animan.
-Como vas? Voy bastante bien.
Arco del triunfo. En multitud. Triunfal pero casi en reserva. Puede ser la entrada al infierno. 
Plaza Cataluña hasta la Catedral. Un espontáneo de Burriana me anima y corre a mi lado. Es como los aficionados en un puerto del Tour. Aquí no hay rampas. Solamente se avecina la montaña mental del km 40.
En la vía Laietana ,camino del 39, me entra un bajón. El único superviviente de las tres horas, con la alas desplegadas, me da caza. Por un momento doy por bueno acabar sin más. Mentalmente me rindo ante la posibilidad de hacerlo en más de 3 horas.
Hay un chaval experimentado que se mete a nuestro lado en bici y como psicólogo lanza proclamas del estilo:
- Ahora viene lo que habéis estado entrenando con tantas ganas. No hay que quedarse ahí.Hay que salir para acabar con buen hacer. Hay que echar de oficio y bemoles para no hundirse. El precipicio esta tan cerca. Te puedes asomar para verlo, pero cuidado.No hay que caer.
Giro a la diestra para entrar en Paseig de Colón. 
Isa y Damy me dan ánimos. Se han marcado un carrerón para poder estar allí y volver a animarme.
Hasta la estatua del marino universal voy contemporizador, pero al girar de nuevo hacia la diestra y enfilar la Avenida del Paralelo mi mente acaricia la posibilidad de cambiar. Acelerar y cazar al cazador. Los ojos del Tigre se oyen en megafonía. No puedo fallar. La sexta esta disponible y la voy a utilizar. Consigo adelantar a la presa. 
El último kilómetro siempre es un estímulo, mucho más cuando llevas 41 en tus piernas.
Giro a la izquierda por la Plaza España y la meta al Fondo galopando por la Avenida de Maria Cristina. 
Por primera vez en mis tres maratones , siento algo especial.
He conseguido el objetivo. Me ha costado. Lo he sufrido pero lo disfruto mas que si hubiera hecho plusmarca personal. Todo está en el coco.
Paro después de cruzar la meta en 2.58. Puedo andar. La cojera de la cadera derecha es evidente pero no invalidante. Ahora ya podría hasta pedir la silla de ruedas o la camilla.
Lo que vino después, pues ya se sabe, dolor y cansancio hasta meterme en la cama. Aunque aún menos de lo esperado.
Así es esta prueba. Te vuelve a matar pero tu te empeñas en resucitar y al final, a fe que lo consigues.