Desde mi última entrada ha transcurrido casi todo un largo verano de mucho pensar. No me quito de la cabeza el asunto taurino.
Taurinos y antitaurinos dividen a España y Cataluña. Tantas razones tienen unos como los otros en sus posturas irreconciliables. Pero yo no llego a definirme y ha llegado el momento. Ha llegado la hora de manifestarme como vividor, espectador y pensador crítico de la Fiesta Nacional.
Por qué fiesta y nacional. Fiesta para los que aplauden o los que van a los pueblos vestidos de blusa y pertenecientes a collas o peñas más amigas del cubata y el desmadre que dels bous al carrer.
Pero sin gustar a casi nadie de los jóvenes segun sus propias declaraciones o asistencia escasa a ruedos de pago, ahí están todos en sus fortines enrejados a los que llamana cadafales. Ninguna fiesta o acontecimiento artístico o deportivo, ningún mitin o comparecencia pública congrega a tanta masa de gente. Serán borregos la mayoría pero ahí está. Por eso fiesta.
Nacional... de qué nación. De Cataluña, no... por sus políticos, el pueblo ni le va ni le viene lo que se ha votado en su parlament. No más corridas de toros en su territorio a partir de Enero de 2012.
Y yo aquí que voto. soy taurino o antitaurino.
Digamos, de momento estudioso de la tauromaquia. Su mundo, sus costumbres ancestrales, sus liturgias, en fin... su religión.
Desde pequeño, siempre he estado metido por azar en medio de la fiesta dels bous al carrer. Ni me gustaba ni me desagradaba. Ahí estaba. Ni me emocionaba ver al astado como animal que resulta practicamente exclusivo, por lo que he leido, ni disfrutaba con la gente que le perseguía y le atosigaba.
No iba a buscar la fiesta fuera de las que me caía por habitante y año.
No iba a las plazas, no veía las corridas en la tele, más que las la suerte ponía delante de mis ojos en casa o fuera de ella. No seguía a los toreros ni les llamaba maestros ni diestros, aunque siempre me chocó el orgullo de sentire matadores.
Con el paso de los años, la ayuda de algún programa radiofónico, gracias a la radio como mestra en formación continuada de la vida y al periodista Manolo Molés, entre otros, me contagiaron algo de ese entusiasmo y esa magia taurina que siempre ha estado como verdadero fetiche en mi subconsciente.
Cada vez me doy más cuenta que la tauromaquia que entró en mi como cierta curiosidad extrañan ha ido creciendo en forma de gusano que me ha ido corrollendo todas mis entrañas, todo mi ser.
Que entiendo a los antitaurinos, como hombre sensible ante el sufrimiento animal, pero la magia del teatro y la liturgia me tira hacia el torero como figura del deporte y de la épica que ya no existe en este mundo donde la fama es tan efímera y a la vez tan acomodada, tan de sacrificio a oscuras y de disfrute colectivo en momentos de gloria. La gloria del torero se forja en largos ratos de silencio y grndes ovaciones que puedenllevarte en volandas hacia el triunfo, el hospital o la muerte. Qué grandeza y a la vez que demostración de poco conocimiento para el ser humano. Ese que lo tiene todo, enfrentándose para aplauso de otros a una bestia que no tiene más que su vida a punto de finiquitar.
Es tan loable como absurdo, tan magnánimo como descabellado. Pero ahí está.
Momentos como los del 11 de marzo que describí en mi último blog no son fáciles de sentir en otro espectáculo.
Seré taurino o tauromaco, pero esto del toro es algo que no puedo acbar de definir.
Hasta con el paso de los tiempos empiezo a sentir fascinación por el animal, casi tanto o más que por el torero, bueno... según que torero.
De momento seguiré estudiando tauromaquia.
domingo, 29 de agosto de 2010
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