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martes, 22 de febrero de 2011

MOHAMED EL KE VOLA

Después del entrenamiento del Domingo 20 de Febrero no puedo dejar de maravillarme y dar gracias al gran hacedor por darme tanto poder.
Deslizarme por el asfalto soleado del invierno mediterraneo en manga corta es un privilegio altamente adictivo. Tanto que no puedo evitar dejar constancia escrita para los anales por si alguna vez me hago viejo. Volver a releerlo y volver a sentir lo que nunca dejaré en el olvido de las sensaciones.
Está claro que el día salió perfecto. Esos quince grados al sol sin nubes ni viento es una delicia que hay que sentir sobre la carne inmortal del corredor.
No hay nada que se le parezca y que a los cuarenta y tres años pueda experimentar con tanto gozo y a la vez con tanta hambre.
Yo que he tragado kilómetros más que Forres Gun no puedo dejar de extrañarme de manera tan grata porque esto de correr me siga maravillando como si fuera la primera vez.
Pues sí, fue casi mi primera vez que con el automático puesto me acercara a los cuatro minutos por kilómetros. Como el que tiene deseo de más y más durante dos horas y cuarto de carrera para devorar 30km.
Como el chaval que se pide un bocadillo para volver a comer en un par de horas.
Como el enamorado que mira y desea a la hembra joven libidinosa sin poder dejar de contenerte, como el montañero que acaricia la cumbre con la mirada, como el preso que se acerca al mar despues de diez años... así deseaba seguir. A ritmo constante el siguiente kilómetro y el siguiente...
Exhibiéndome en soledad, en silencio. Por los caminos rurales asfaltados, desafiando la pendiente ora contraria ora favorable.
Sin flaquear, sin pinchar, sin bajar, sin desentonar. Todo elegancia, moviendose la silueta de sombra vertical a ritmo constante, danzarin; acompasado por los brazos de forma rítmica, constante, eterna. Sin más pensamiento que el seguir, deborar, engullir el oxígeno para inflar el ego de nada que se pueda comprar, nada que se pueda palpar, ni vender...
Hinchar los pulmones de vida para dar vida al cerebro que no tiene dolor, solo placer y placer. Dónde está el dolor del corredor de fondo. Dónde su agonía, donde su sufrir.
Al final no puedes sentirte vulgar, miras a la gente y la ves como seres débiles, finitos, con problemas; mientras tu te sientes eterno, en gracia plena. Perdóname Señor.
Claro que esto no lo puedo decir, ni contar ni compartir, por eso tengo que escribirlo para siempre.
Y al terminar saludas al vecino que viene -con su placidez cargada de kilos de bondad- de pasear al perro y simplemente le comentas:
-Ya tenemos bastante para hoy. Mientras piensas; jamás olvidaré un poder semejante.
Y te vistes de flaco y te vuelves vulgar al bajar del escenerario.

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