Poner mi figura a tiro de corredores más jóvenes o más rápidos es un ejercicio que no todo el mundo está dispuesto a practicar, sobre todo si lo has ganado todo y en demasiadas ocasiones en dicha plaza.
Una locura con cuarenta y tres años querer volver a ganar una carrera de asfalto abierta a todos los públicos, de 18 a 100 años, sobre todo si la distancia es solamente un pelin superior a los 1300 metros.
Sabiendo que varios jóvenes tri-atletas me la van a disputar, siendo que uno de ellos la ganó el año pasado.
Demasiado sufrimiento y nervios en el calentamiento. Muy garrote de patas y un flan en las tripas.
Calentamiento huyendo del centro. Disfrute cero.
Me encuentro con David Monfort, el segundo clasificado del año pasado y el único del club que me lo quiere poner difícil. Su aspecto no es de finura. Ya le tengo comido el coco. Unas aceleraciones por la calle carrera sin coches me hacen sentir más fuerte, también esta Franch y el triatleta ganador del año pasado. Sus cuerpos son de cuidado infinito.
Mucha chusma mal vestida en la salida. son los jovencitos amateurs que hacen que se salga como locos.
Así es. Demasiado atrás. Trato de pegarme al triatleta camino de la Tanda, curva peligrosa a izquierda. El GPS marca 2.55. El ritmo es picantito, David tira en el trío de favoritos pero el motor no da para más. Hay un escapado de camisa roja futbolera y pantalón de chándal, es de raza Mohamed y muy joven, muy por debajo de los diecinueve. En la última vuelta pequeña por el Plà me lanzo como verdadera bestia a por el, enfilo el Barranquet en segundo lugar, dejando atrás a los demás perseguidores, mientras el magrebí cabecea hacia mí antes de tomar San Agustín a la izquierda. Piensa que le puedo dar alcance. Delante, abre camino la moto de la policía con la sirena y vistosas señales azules intermitentes.
Mis fuerzas flaquean, aun me quedará la tremenda recta final de la Calle Mayor. Mi mente es más fuerte pero al final se impone la decadencia física.
Ahí se me va, y no solo eso, tengo el cambio atascado, no me entra la sexta. La caballería me recorta terreno, me los oigo en los talones. Aunque muera en el intento voy a conservar mi segundo puesto. Así lo hice con la complicidad de los gritos de mi madre. Por poco se le para el corazón. Mis hijos aprendieron otra lección de lucha y pundonor, de su padre.
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