CRONICA DESDE LA ACERA Y A PEDALES.
Lo primero que tengo que recordar, a los que no me conoceis, es que una inoportuna lesión de rodilla me ha impedido lidiar la batalla de la Maratón y contarla desde el asfalto, así que me he permitido la licencia de hacerlo desde la acera y a pedales.
Aunque para ser sincero, mi objetivo de este año era luchar por la Maratón de Valencia y tratar de atacar el record del club.
No me imaginaba que iba a ver lo que vi, por eso me hace ilusión contarlo.
Ocho y cinco de la mañana. Cafetería del Hospital Provincial. Llego a lomos de Akila, mi potro de aluminio Azul y negro.
La misma Nela que me sirve a diario el primer cortado de la mañana me lo sirvió tarde, poco antes de ir a hacer la primera foto oficial del Amics del Clot ante la estatua Hechicera de Ripolles. Tarde, porque estuve saludando a la peña Clotera y me llevé la primera sorpresa del día. Estaba yo mucho más eufórico que vosotros.
Sí, acojonados estabais todos tomando un brebaje que quería sacaros del abismo. Esa bebida euforizante que gusta tanto al ser humano y más al corredor, avalado por los muchos y variados estudios y escritos de consumo universitario y quiosquero.
Y me hizo pensar.
-Jo!, yo aun estaría más acojonado que ellos.
Yo, que me tomaba lo del correr tan en serio que me molestaban hasta las fotos para no perder ni un segundo el rictus de concentración ante el cronómetro.
Pero hoy, los papeles están cambiados. Yo voy a ser el pesado de la camarita y de las palabras fáciles, que nada tienen de complicado si se dicen a menos de cien pulsaciones y no a más de ciento sesenta.
Iba a ser… porque al final tire la camarita al carajo, pero ya os contaré.
Yo, que visitaba a Roca hasta dos veces antes de una gran cita, y a veces me veía obligado a abonar los campos de las montañas previo al pistoletazo; estaba tranquilo.
Yo, que me he sentido más indispuesto ante una carrera que ante el mismísimo examen de oposición MIR; estaba tranquilo.
Ocho y quince. Foto oficial. Repetida por enésima vez, porque siempre faltaban cloteros que se incorporaban. Me recordó la aventura de los payasos, donde Fofo y Miliki eran fotógrafos de Gaby, y antes del disparo siempre llamaban al timbre, hasta que al final, después de sucesivas interrupciones, aparecieron sobrinos, primos y hasta la abuela.
Ocho y veinte. El pelotón de corredores se encarama hacia el patíbulo de salida.
Sí, parecíais los reos condenados a muerte. Cabizbajos y a paso lento, cargados de recuerdos de vuestro entrenamiento reciente. Cuantas horas, cuantas noches, cuanto frio, cuanto sol y hasta lluvia, cuantos madrugones, cuantas comidas a medias, cuanta siestas sacrificadas, cuanto sudor, cuánto dolor, cuanto cansancio…Todos hacia la ejecución de salida.
Y me acordé de mi primera Maratón, antes de la salida. Me acordé de la gran congoja y el puñado de nervios que me acompañaban. Desde fuera no se entiende ni se comparte.
El que mira y aplaude de la calle, no tiene ni puta idea de por qué esos locos van en manada un domingo por la mañana temprano; desafiando el frío con tirantes y pantalón corto. Sin ganar nada más que un palizón de sudor y de pago. Eso sí, por desgracia los tienen que sufrir en sus casas. Por eso van a apoyarlos en su locura. Todos están contagiados. Y no es un virus. Es una plaga.
Yo, tengo ganas de bromear y nadie me sigue. Nadie bromea ante el martirio, o esta vez ¿será la gloria?
Ocho treinta. Allí, sobre la acera, enfrente del puente de la UJI, se sueltan los primeros nervios en forma de trotes desenfadados, ligeros de ropaje, a pesar de que el frío de la mañana de Diciembre pone las orejas tiesas, enrojece la nariz y hace escocer los brazos y piernas desnudas.
Seis grados Celcius marca el termómetro.
Los fotógrafos profesionales ya están por allí y muestran sus acreditaciones orgullosos. Jorge Romero está entre ellos.
Fotos y video. Pancarta de Amics del Clot. Ultimas palabras de los familiares valientes que arropan al reo hasta la plaza de ejecución.
Los africanos de enjutas carnes negras van a otro ritmo. Calientan con calma pero con frío, sin exhibiciones. Tienen más de cuarenta kilómetros para exhibirse. Con rostros gélidos más que de susto, se resguardan de los simpáticos blancos que les quieren sacar una sonrisa y de paso una foto. Pero ellos no son de aquí. Su reino no es de este mundo. Corren para ganar, pero sin acritud. Porque así lo quiso Dios, eso no va con ellos. Los laureles son para otra raza.
Ocho cuarenta y cinco. El micrófono de ambiente recuerda a los corredores que vayan entrando a sus cajones. Hay que tener cojones- con perdón- para meter a dos mil tíos, en compartimentos estanque, siguiendo las reglas del juego.
Ocho cincuenta. Se piden aplausos para los corredores, que apenas saben aplaudir, porque allí están para que los aplaudan.
Se pide aplausos al público, que está allí de casualidad o por obligación y tampoco están para que un señor desde la autoridad que confiere un micrófono, les obligue a aplaudir para calentar el frio.
Ocho cincuenta y cinco. Suena carros de fuego.
El que está a lo que está debería sentir escalofríos. Yo como estoy allí de mirón no siento nada.
Las nueve. El pistolero y alcalde Bataller apunta al cielo. Pum…
Y la miríada de corredores empezáis a correr como cuando abren las puertas del manicomio. O las puertas de las rebajas de los grandes almacenes en Enero.
Libres por fin. Se acabaron los nervios, las prisas, el mal fario y comenzáis a sentir el asfalto desnudo bajo vuestras zapatillas de cien euros.
Para mi empieza el otro complicado viaje sobre las dos ruedas. Hacerme sitio entre el tráfico, los espectadores, las aceras y los organizadores para rodar en equilibrio a ritmo de paseo ciclista.
Kilometro uno. Ni lo veo ni lo siento. Voy por el asfalto de los corredores. En busca de camisetas blanquinaranjas.
Procuro no atropellar a los atletas ni que ellos se me echen encima. Ahora la euforia de los corredores es muy superior a la mía.
Me siento como elefante en una cacharrería.
Os veo, vais en grupetos. Serenos. Tranquilos, hablando poco. Corriendo bien, sin prisa. Tan separados en el asfalto como son las aspiraciones en el reloj. Vais tiñendo la ciudad a cuadros naranja.
Kilometro trece. Nadie ha llegado. Soy el primero. He callejeado de forma tramposa y me he situado aquí.
Voy a intentar hacer mi reportaje fotográfico. ¡Cagada!
Primer error. La elección de la cámara. Escogí una compacta ligerita, que hacía tiempo que no utilizaba y la cagué.
Veo por el frente la embestida africana en punta de flecha. Se dirigen, rodeando a un pobre blanco, con cara de estar mal acompañado, a poco más de tres minutos por kilómetro. Un ritmo que no mata a muy pocos. Todos vuelan hacia mi objetivo fotográfico.
¡Flash!, foto. Agua… quiero decir asfalto. Yo juraría que habían pasado. Cuando me doy cuenta ya han girado la rotonda y me dejan otra oportunidad. ¡Flash!… El sol me la quema.
Y así me doy cuenta -cuando ya he disparado hasta para cazar al mítico Martin Fiz- que el lugar no es el apropiado ni yo soy fotógrafo.
Espero a los Cloteros. Albert…
-Che, ¡que te furtaran la bici! Me espeta con certeza al ver tan lujosa máquina aparcada en la acera, a más de diez metros de mí.
La pancarta de 2.45 que estuvo conmigo hasta la obsesión casi toda la carrera pasada no la veo, o ¿no existe este año?
Alguien me saluda con modestia y lo veo deslizarse con su enjuta figura de blanco medicina sobre el asfalto, cerca de la mediana de la ronda. Es Pep Moles. Ya no me acordaba de él. Siempre tan humilde…
Miguel Ángel…Pancarta de tres horas. David, Ramón Peris. No hacen cara de ir de copas. El tándem Rafa y Guillem. Sincronización perfecta. Rictus profesional.
Adrian, Vicent Borja. La veteranía y el saber estar al poder. El grupeto de Olalla, Toni y Rufino, Domingo, Paco Nebot, José Luis, Recátala, Manolo, Pedro, Vicent Martí, Ramón Castillo, Oscar, Pepe, El Presi, Manolo Ríos, Juanlu, Salva Tello y tantos otros que ahora me dejo en el tintero y que guardo en mis retinas. Gente que veo vestida del Clot y no sé ni que existen y ahí están, dando la cara con honor.
Seguro que habrán participado mucho más que yo este año de las salidas domingueras.
Kilometro quince. Después de mi experiencia desastrosa con las fotos decido hacer lo que mejor se hacer, correr. Y de paso darle un poco al palique.
Como reportero de guerra me muevo entre la tropa y los cadáveres. Eso sí, sin cámara ni grabadora. Solo mi retina enfoca para luego contar esto que os digo.
Manolo Vidal -camino del quince- me da conversación, o yo a él. El, a cinco cuarenta y cinco por kilómetro, yo en paralelo a la sombra de los edificios sin coches.
Camino del Grau, unos cuantos de la tropa han desfilado por el 16. Tomo la mediana del TRAM y unos Nacionales me recomiendan que no pise el asfalto de los corredores. Veo al Boti, a Peiracho y a otro biker de Burriana y me voy con ellos.
Albert ya viene de vuelta más allá del 22.
-Estic trencat. Su ritmo ya no es asesino. El pinchazo y el martirio hasta meta no ha hecho más que comenzar. Herido de muerte le hago una foto.
El tándem Rafa- Guillem no pierde aceite.
Miguel Angel consigue distanciar a las tres horas. La persecución no tiene tregua.
El león no tiene ganas de rugir. Ramón Peris pone cara de penitente insurrecto hacia el comienzo del cambio metabólico. Engullidos ambos por los aspirantes a sub-tres.
En dirección hacia la ciudad, los legionarios de las 3.30 rugen en silencio detrás del pulso firme y el paso marcial de un gran guerrero, Jose Alberto.
Mi saludo al cielo proclamando su nombre es de clamor por la cara de felicidad que muestra el héroe del Clot, ante cuya sola evocación toda rodilla se doble.
Cambio de registro y de sentido. Sigo a Salva Tello. Su ritmo es más sabrosón:
-No tens, Nolotil, Ibuprofeno o réflex.¡ Bon metge eres tú! Me suelta con sorna y socarronería.
-Ya te buscaré alguna chicona pa que te pegue dos flitaetes a on tu li digues. Respondo para mis adentros.
El presi, Oscar Marco, Pepe y más; siguen separados del cartel de las 4 horas con solvencia. Manolo Muñoz me saluda con desvío de la trayectoria recta del paseo del Grao para evacuar aguas menores y así equilibrar la homeostasis de la maquinaria.
Media maraton. La vuelta a Castellón después de la Mitad de la carrera se presume algo más dura que la bajada. El sol sigue brillando para regocijo del calvario que aun no ha comenzado para muchos. El hombre del mazo duerme agazapado para salir un poco más adelante entre las calles de la ciudad despierta de Domingo.
Es el tramo más crítico. Donde Manolo Vidal vuelve a aparecer a mi lado.
-No puc menjar res. Me lo dice con un plátano sin pelar en una mano y una botella de líquido en cada mano. O tiene tres manos o repite con una. Curiosa la imagen.
Más curioso resulta el comentario al cruzar la rotonda del Tombatossals y tener que escuchar de una señora de mediana edad decir a un niño supuesto familiar suyo:
-Mira eixe home ja es molt major. Refiriéndose al jabato de Manolo, que está hecho un chaval; rivalizando en fuerza con el gigante de hierro que dejamos atrás con la roca en todo lo alto.
No sé si se ríe más el o yo. El, porqué se da cuenta de que no es un chavalín, y yo por la inoportunidad de la sentencia para un gladiador que se está batiendo en el asfalto con gente mucho más joven y también más mayor.
Veo sufridores del Clot con la pancarta a cuadros cerca de Maria Agustina. Es un “deja vu” o “el día de la marmota”.
¿Cuantas veces diría yo que hemos pasado por un sitio parecido?
Camino del muro. Antes del treinta y tres, Olalla marcha arropada por los hermanos Fernandez, a buen paso. Solapado a ellos un veterano de A quatre pelat me saluda. Es Paco el incombustible. El marido de mi ex enfermera de consultas Espe. Más de cincuenta y cinco primaveras sobre su columna lumbar atornillada con doble barra de acero. Merito por su trayectoria y heroicidad o inconsciencia, por su acto de desobediencia civil mantenida a su cirujano.Volvio a correr hace años en contra de su prohibición absoluta.
Con Vicent Martí ya me confesado antes y le doy la absolución para que muera en paz. O eso creo.
José Luis bracea sin dificultad pero lleva metido el cuello como una avestruz, huyendo del peligro de minas que va a cruzar, camino del treinta y seis.
A Paco Nebot le molestan hasta los calcetines, o unas medias tipo tubilast que son como las medilast, pero de crisis.
La cara de satisfacción está por encima del campo del terror, donde abundan los muertos vivientes, plantando cara al tío del mazo que está aupado en el muro. Viéndonos llegar.
Yo trato de mirar al asfalto y a los lados para ver si hay levantada una pared, pero no, no la veo. En bicicleta los muros tienen otro nombre, creo que les llaman puertos y no hay veleros.
El final.Creo que me quedan los tres kilómetros finales. Ya no pillo a los primeros, que se han tomado la primera cerveza a su salud. Tampoco a los galgos del club.
Me he entretenido demasiado.
Los últimos kilómetros los dejo para la gloria efímera de los finishers. No quiero contaminar el paisaje con las ruedas que no pintan nada ante tanto esfuerzo pedestre.
Dejo la calle libre a los fotógrafos para tomar las instantáneas más logradas del concurso.
En el enrejado de Ribalta os veo sudorosos y con toallas, y no son de playa.
El león David jura que nunca más. Creo recordar que fue lo primero que dijo el año pasado Albert después de correr en dos cuarenta.
También me suena a mí la frase cuando acabé pajeado en Valencia hace más de 2 años, después de ir sonámbulo durante los últimos 7 kilómetros y parar el reloj en dos cuarenta y ocho.
Felicitaciones y whasApps a punta pala, pero yo creo que me he merecido un buen pincho de tortilla. A vuestra salud me lo sirvió Nela en la cafetería del Provincial. Esta vez sin prisa, pero sin pausa no sea que se me junte con la paella. Lo que va davant… va davant.
PD: Desayunando el lunes he podido felicitar a mi compañero el Doctor Pep Moles que a la chita callando a puesto en evidencia a nuestro fisiólogo de cabecera. Le pronosticó cuatro horas y ha bajado por cuarta vez de las tres horas. Dos cincuenta y cinco a los cincuenta y pico no está nada mal. Y además es primo de Rafa Usó y alcriero de cuna.
Muchas felicidades a todos los Amics del Clot, y en particular a los heroes de la batalla, por haber acabado entre dos y cuatro horas una carrera tan mítica.
Si además habeis acabado de leer esta parrafada ya os podéis acostar a gusto.
FDO: Damián Oliver Benlloch.
Burriana, 10 de Diciembre del año del señor de Dos mil doce.
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