LA PERFECCION EN EL RITMO SIN LIEBRE. POR FIN LE ENCUENTRO EL TRUCO A LA MARATON.
Valencia 15 de Noviembre de 2015.
Seis de la mañana. La alarma del Iphone 6 plus S se activa. Vestimenta; pantalón negro y chaqueta naranja del chandal con sandalias de romano. Ya duermo con los pantalones cortos, la camiseta corta de paseo clotera y las medias compresivas con el antepie cortado cutre a tijera.
El desayuno es la tostada con miel, el plátano, una barrita de almendra y un Isostar energético. Café con azucar moreno y una botellita de agua e isotónico para llevarme en la mochila.
El último preparado lo tomo arriesgando contra todos los manuales de running, lo encontré en los aseos de la media maratón de Valencia sin estrenar.
La sentada en Roca y a soltar lastre.
A las siete menos cuarto ya estoy con el Pathfinder detrás del IES Llombai para hacernos la foto de grupo Amics del Clot y partir con el autobús de Vives hacia la capital del reino de Valencia.
Nervios e ilusión. Quizás menos. No voy a intentar el récord del club ni plusmarca personal. Solamente las sandalias me dan ese aliciente de incógnita en el desenlace final.
Me pongo en el asiento delantero izquierdo del bus, detrás del chofer y la pantalla protectora que no me deja estirar las piernas, el Presi a mi lado. El viaje se hace ameno y no me pongo nervioso hasta que dentro de la capital el chofer intenta buscar aparcamiento cerca de la salida, por la ciudad de las artes y la ciencia.
La misma organización ya ha empezado a mostrar cortes y desvios por doquier en las calles de Valencia.
Una vez estacionados en la Avenida de Antonio Ferrandis, nos da tiempo ha evacuar vejiga en una huerta colindante a la acera. Ya vestido de batalla salimos trotando al asfalto para buscar el cajón de salida. La pinta es imponente y gratamente característica. Mis sandalias de cordón rojo y los calcetines largos de dedos cortados para enseñarlos al viento. El turbante de cuadros rosa y negro troceado en tres partes, envolviendo la gorra blanca, de collar y de muñequera envolviendo al GPS en la zurda; en la diestra, el reloj rojo que marca la hora. Pantalón negro corto volador y camiseta de tirantes del club. El dorsal de fondo amarillo con el nombre de guerra estampado en negro: Damol. Vamos el León y un servidor. Nos perderemos la liturgia clotera de las fotos y la fiesta. Nosotros vamos a otra historia. Nuestra gloria solo puede emanar del asfalto a ritmo de más de quince kilómetros por hora. Un ritmo que te puede llevar hasta el muro o catapultarte al cielo del ego y la gloria personal.
Dentro de la jaula entramos como perros domésticos, cerca de los dueños del cotarro. La rabia está contenida y disimulada en pequeños trotes de preso en la trena. Damos vueltas sin parar entre rejas y enmedio de las cámaras de televisión. Teledeporte va a retransmitir íntegramente la prueba. El espacio aun es abundante pero poco a poco se va colapsando de gente con demasiadas ganas de correr. No puedes ser agorafóbico o date por muerto. La multitud debe alimentarte, no matarte.
Hasta que faltan veinte minutos no nos ponemos en fila. La eternidad de la espera es lenta. Minuto a minuto. Lo más terrible de la ceremonia de la Maratón. Me lo cargaría de un plumazo.
Los animadores del micrófono no parecen conectar con la peña agolpada detrás del arco de salida:
-Hay alguien a ese lado? y el holaaaaa ! holaaa!
Recaredo Agulló ya ha dicho lo suyo sin gracia ni sustancia a pesar de su ciencia y de su historia.
Minuto de silencio en recuerdo a las víctimas del atentado en Paris del 13- N. El miedo de la posibilidad de réplica habita en nuestros interiores sin colarse en el alma.
Los helicopteros sobrevuelan el cauce. La imponente cúpula arquitectónica de la ciudad de las Artes y de las Ciencias a mi izquierda consigue sacarme y elevarme sobre la muchedumbre como un dron, a la espera del disparo de salida.
Apenas se oye el tiro. El León no soporta la presión de salir a mi lado y ha avanzado unas filas para irse con la pólvora, huyendo rápido hacia el hombre del mazo. Salva el apagafuegos y yo, templamos los nervios y aguantamos los caballos. Podría salir con él, no es Albert Ortí. Decido no acompañarle. Su intención es marcar 3.50” por kilómetro y eso me va a llevar hacia el martillo de forma más que probable. El está mucho más fuerte y más entrenado que yo.
Decido quedarme a mi ritmo y le daré caza únicamente si pincha o se equivoca, sino… bendito sea Dios.
Kilómetro uno después de atravesar el fotogénico puente de Monteolivete por la diestra y ocupando toda la calzada, mientras los del 10k salen por la izquierda de la mediana. Cuatro cero cinco. Casi diez segundos lento. Al dos mil le recorto más de cinco segundos. No es hasta el cuarto kilómetro cuando ya la media es por debajo de cuatro minutos por kilómetro. Ya he marcado un tres cuarenta y ocho. Las fuerzas están intactas.
En la avenida dels Tarongers me doy cuenta del nivel tan elevado que tiene la prueba ; en la recta de enfrente la cantidad de gente que me lleva la delantera es abrumadora. El baño de humildad es más que razonable, bestial.
En el diez me apercibo de que el ritmo es el bueno. Treinta y nueve minutos. El marido de Laura me anima con ganas.
Una atleta hermosa y fornida de larga y lacia cabellera castaña y zancada potente me lleva al ritmo adecuado. Procuro no dejarla escapar, al menos no sin controlar sus cuartos traseros.
Estamos en Blasco Ibañez. La historia personal en la ciudad por esta avenida no me pesa. Voy concentrado y alegre a ritmo marcial. Nada ni nadie me quita la concentración. Soy una máquina que devora kilómetros sin tregua ni fin.
Terminator es mi cuerpo, mi mente no para de engañar al cuerpo en los descuentos. Ya solo quedan menos de treinta kilómetros. Menos de cualquier rodaje largo dominical.
Como explicaba Josef Ajram el cerebro no puede entender las distancias largas, hay que dárselas troceadas para que las metabolice sin empachos.
El quince después de una ronda nueva para mi conocimiento me anima mucho al mantener el ritmo alegre. Enguyo el primer gel del cinturón. No he dejado de hidratarme cada cinco kilómetros. A la buena fémina la mantengo en paralelo. Volmemos a la Alameda. El griterio es atronador para torcer a la izquierda y enfilar la avenida de Aragón rumbo a blasco Ibañez en dirección este. El diecinueve casi ha doblado al diez. El ritmo es matemático, monótono, igual que la concentración; un exámen final.
La media maratón la piso en una hora veintidós y cuarenta y siete segundos. Solamente diecisiete segundos más lento que en Sevilla. El cangelo me atenaza los músculos. Estoy rodando a ritmo de mi mejor crono con sandalias.
Debo tranquilizarme. Dejo escapar a la potente fémina. Por la pancarta del 26 el diario Marca señala el trayecto hacia la verdadera maratón. Diviso al final de la Alameda al León. Inconfundible con su correr elegante, pero envenenado de lactato.
Antes del veintisiete, poco antes de girar hacia la rampa del Puente Real:
-David, va que queden menys de 3 km perque comence la Marató de veritat.
Descenso del puente hacia Tetuan, diestra y la calle la Paz con el campanario de Santa Catalina al fondo tan majestuoso como siempre. Esta vez no me pilla tocado como hace tres semanas en el paso de la media.
San Vicente mártir es colega mío pero en malo, yo voy mejor; Plaza del Ayuntamiento, diestra y Guillem de Castro hacia el Treinta. La rampa de la Avenida de Burjasot se me hace imperceptible. Ahora si que ha empezado de verdad la carrera. El calentamiento ha finalizado.
Kilómetro treinta y tres , el hombre del mazo se huele. Merodea tal vez por el treinta y cinco. Me mantengo por debajo de cuatro. Cuando se descuide ya he puesto pies en polvorosa de su influjo maligno. General avilés. Avenida Tres Cruces, ida y vuelta, el Hospital Infernal se adivina cerca.
Después la Gran vía de ida y vuelta. Es más del treinta y siete. Camino hacia la plaza de Toros y Calle Colón. Belen y el profesor Miranda me animan con energía. Les dedico un sonrisa sin perder la compostura. Camino hacia la avenida del Rio. El treinta y nueve queda atrás. Una vuelta al clot y entraré en el jardín del Edén.
El gentío alineado en un pasillo similar al de los ciclistas subiendo un puerto final de etapa en el tour de Francia; impresionante. La piel casi de gallina si no fuera imposible por la coraza mental de gladiador a punto de entrar en el cauce de los Leones. El río que nos llevará hasta la alfombra azul.
Rampa de descenso después del km 41 y … oh sorpresa. No puedo meter la sexta, hay adoquines de perfil alto incompatibles con mis sandalias. No importa, reduzco a quinta. Quedan poco menos de setecientos metros. Recto, dirección Este, diestra sur y Este , kilómetro 42. Solamente quedan ciento noventa y cinco metros de tacto y color celestial. Acelero. Ahora sí meto sexta y piso a fondo. Nadie puede sentir la suavidad que yo siento en mis metatarsianos cuando golpeo en vuelo rasante a ritmo de una zancada tan técnica como amplia y potente. Es lo que tantas veces he ensayado bajo la supervisión de los espejos de casa.
Dos horas cuarenta y seis minutos y veinticinco segundos. Todo se ha cumplido. Las sandalias se han licenciado en una grande. La hemos vuelto a liar.
Gracias Dios mío por tanta salud, y el sufrimiento, ¿Dónde se ha quedado?